Una lengua comúnpoéticas y políticas de la enfermedad
- Nuria Girona Fibla Directora
Universidad de defensa: Universitat de València
Fecha de defensa: 21 de enero de 2015
- Santiago López Petit Presidente/a
- Jaume Peris Blanes Secretario
- Alba del Pozo García Vocal
Tipo: Tesis
Resumen
"La tesis ""Una lengua común: poéticas y políticas de la enfermedad"" analiza un corpus de textos literarios recientes (publicados en su mayoría después del año 2000) en los que se tematiza el motivo de la enfermedad. La tesis interroga la dimensión social y política de las formas actuales de la enfermedad a partir de sus representaciones literarias. El punto de partida de la tesis consiste en la constatación de que algunas enfermedades (como el cáncer o las llamadas ""enfermedades del vacío"" o ""enfermedades de la normalidad"": depresión, pánico, ansiedad, insomnio crónico, fatiga crónica, etc.) han alcanzado en la actualidad un estatuto masivo. Este hecho, que a priori parece que informa de un problema social, no provoca sin embargo una reacción institucional a ese nivel. La respuesta que como sociedad somos capaces de dar se restringe sin embargo al ámbito médico: la práctica y el discurso médico tienden a ocupar franjas cada vez más amplias de nuestra vida, en teoría para prevenir y curar nuestras patologías. Sin embargo, en esta respuesta, las enfermedades que los datos presentan como un problema social se reducen a problemas individuales, que incumben exclusivamente a un individuo -o a una suma de individuos aislados: el individuo o los individuos enfermos. La primera pregunta que plantea esta tesis es: ¿qué dicen acerca de ello los textos literarios recientes? ¿qué tratamiento reciben las formas actuales de la enfermedad en la literatura, precisamente, actual? Una vez que se ha seleccionado el corpus de textos que va a ser analizado, construimos un marco teórico que nos permite leer de forma compleja los problemas que dichos textos plantean en relación con el eje de la tesis —la enfermedad. Así, la tesis consta de dos partes: una primera parte, en la que damos cuenta de dicho marco teórico, que sirve como base para el análisis de los textos; y una segunda parte, en la que se procede al análisis. La primera parte está articulada en torno al concepto de biopolítica: esta idea es clave en nuestro trabajo porque nos permite aproximarnos críticamente a las formas de organización y de gobierno que están en la base de nuestras sociedades (esto es, de las sociedades en que ciertas enfermedades se tornan masivas) y que nos hablan no solo de sus políticas de salud sino también de las formas en que la vida es administrada. Con esta noción, en efecto, Foucault se refiere a ese momento histórico en que la vida biológica de la población pasa a formar parte de las preocupaciones del poder y al momento en el que el cuerpo, por tanto, se convierte en el objeto de toda decisión política. Sin embargo, como señala el autor francés, en los regímenes biopolíticos la prioridad no es tanto cuidar de la salud de los cuerpos de la población como administrar y rentabilizar sus fuerzas productivas. O dicho de otro modo: si se quiere que dichos cuerpos gocen de una cierta salud es porque solo de este modo pueden ofrecer un cierto rendimiento económico. En este contexto, la enfermedad adquiere un lugar central: el cuerpo está en el centro de la política y la posibilidad de la enfermedad está en el centro del cuerpo. El lugar que se les otorga a ambos nos permite entender por qué la medicina juega finalmente un papel decisivo en nuestras sociedades, a la hora de definir su estructura y sus prácticas. Con Foucault descubrimos, entonces, cuáles son los mecanismos básicos a través de los cuales el poder circula en dichas sociedades y aprendemos que el poder no se ejecuta ya, únicamente, a través de una serie de “tecnologías políticas” —lo que definiría al poder todavía como a una instancia externa al sujeto y que ejerce una determinada presión sobre este. Ahora sabemos que el poder actúa también a través de un conjunto de “tecnologías subjetivas”, que hacen de él un campo más complejo y que ya no puede ser reducido al exterior del sujeto. Según Foucault, el sujeto participa efectivamente en la producción y la reproducción del poder. Esta idea es fundamental para nuestro trabajo, ya que nos ayuda a comprender la forma en que se producen y reproducen en nuestras sociedades una serie de discursos y prácticas en torno a la enfermedad, que tienen su origen en el ámbito médico. Una vez que hemos asentado las ideas centrales de la obra de Foucault y que hemos constituido un punto de partida sólido para nuestra investigación, advertimos, en cualquier caso, que es necesario ir más allá de ella —de dicha obra. Los últimos textos de Foucault datan, en efecto, de principios de los años 80. Por tanto, si queríamos examinar el tejido biopolítico de las sociedades actuales (que presentan transformaciones decisivas con respecto a las de finales de los 70) necesitábamos acudir a la obra de aquellos autores que posteriormente y hasta hoy han recogido su testigo y han actualizado su pensamiento. Entre los autores que remiten de un modo u otro a la obra de Foucault y al concepto de biopolítica destacan Gilles Deleuze, Giorgio Agamben, Antonio Negri, Franco Berardi, Roberto Esposito o Santiago López Petit. En la lectura de la obra de cada uno de ellos hemos encontrado herramientas conceptuales que nos han servido para orientar y afinar el análisis de los textos literarios. En la segunda parte de la tesis procedemos al análisis de los textos literarios. Lo primero que advertimos en él es la relación que los textos marcan entre nuestras enfermedades y nuestras formas de vida. Aquí, partimos de la idea del «síntoma social», de Zizek, que remite a aquellas formaciones que ponen al descubierto una falla de un orden socio-simbólico dado y que nos permite, en consecuencia, establecer un diálogo permanente entre las representaciones literarias de la enfermedad y los análisis críticos que presentábamos en la primera parte. A partir de una serie de representaciones de la depresión (en novelas como Las partículas elementales, de Michel Houellebecq, de 1998, o La trabajadora, de Elvira Navarro, de 2014) y del cáncer (en textos como «Denis», de Roberto Echavarren, de 2009, o Gomorra, de Roberto Saviano, publicado en 2006) observamos efectivamente lo que parece una relación entre determinados aspectos de la vida en nuestras sociedades y nuestras patologías; en general, de la “movilización global” a la que se ve expuesto el sujeto actual por parte del capital, que disuelve el tiempo de ocio y el tiempo de trabajo, que lo obliga a ser productivo y competitivo constantemente; que le induce a constituirse como un “yo-marca”, etc. ; o, en particular, de nuestra exposición a determinadas condiciones ambientales que podrían estar afectando a la salud de nuestros cuerpos (entre las que se incluye el flujo de información que proviene de nuestro medio ambiente tecnológico, que podría estar afectando seriamente el funcionamiento de nuestro sistema nervioso). La relación a la que apuntan los textos entre un elemento y otro (nuestras enfermedades y nuestras formas de vida) es en cualquier caso una relación compleja, nunca causal, que remite antes a unas condiciones de aparición que a unos origen o causa primera. El biopoder contemporáneo operaría aquí de la siguiente forma: o abandonando a amplias capas de la población en unas condiciones de vida patológicas (revelándose así como un poder ya no bio sino tanatopolítico) o regulando el grado de malestar de la población, de modo que se aseguraría que un cierto grado de ansiedad o de inercia depresiva, por ejemplo, actúa a favor del mantenimiento del orden existente: nos deja trabajar, nos lleva a consumir, nos convierte en individuos y nos impide observar el carácter social de dicho malestar. En segundo lugar, encontramos en nuestro corpus un conjunto de textos que nos llama la atención sobre la presencia insistente de la medicina en nuestras vidas, tanto antes como después de un diagnóstico de enfermedad. En algunos de estos textos se habla, literalmente, de la “colonización” de nuestras vidas por parte de la práctica médica (en “Colonizadas” o en Impuesto a la carne, de Diamela Eltit, de 2009 y 2010) e incluso de la idea de que vivimos en un “Mundo Hospital” (en Hospital de Tigre, de Silvia Manzini, de 2011). En conjunto, dichos textos nos ayudan a distinguir las formas mediante las que el discurso y la práctica médica ejercen, en la actualidad, en nuestras sociedades, una función biopolítica. Las poéticas aluden, en este sentido, a un proceso permanente de “medicalización de la vida”, a la individualización de las enfermedades y al aislamiento de las condiciones de su aparición, a la despersonalización del paciente en los espacios médicos o a los daños clínicos que provoca también su arsenal terapéutico. Afortunadamente, contamos también en nuestro corpus con una serie de textos que no solo construyen una posición crítica o de resistencia con respecto a las prácticas médicas y biopolíticas contemporáneas; sino que además son capaces de afirmar una posibilidad para la enfermedad (y, desde ella, para nuestras vidas) que va más allá de las restricciones que dichas prácticas imponen (y que no se reducen, tampoco, a una afirmación pura de la vida que no tenga en cuenta o que no interiorice la muerte). Podemos constatarlo en el análisis que realizamos de textos como Efectos colaterales (de Gabriela Liffschitz) o Inmediatamente después (de Eva Fernández), en relación con el cáncer; de La trabajadora, en relación con la depresión; o de los poemarios y los diarios de Chantal Maillard, en relación con una experiencia del ""vacío"". En las últimas páginas de la tesis vemos, de hecho, como esa afirmación de la ambivalencia de la vida pasa por trascender, a partir de una experiencia determinada de enfermedad, ya no solo las barreras y los significados médicos, sino también la propia noción de ""individuo"", que supone de hecho la base de los mecanismos (de individuación) biopolíticos modernos y contemporáneos. En estos textos (y en otros textos de Chirbes, Glantz o Emmanuel Carrère), la enfermedad se presenta como una “experiencia-límite” desde la que es posible concretar formas de “ser-en-común”, en las que la noción de “individuo” se vuelve inoperante y en las que la decisión biopolítica, la decisión sobre la vida, no encuentra un blanco sobre la que aplicarse. Formas de “ser-en-común” que pasan por la circulación de los cuidados o por prácticas radicales de disolución del yo y de la persona que existía antes del diagnóstico. Que pasan, incluso, por la disolución del lenguaje y por la emergencia de una lengua que se expresa a través de una fuerza de dolor —en aullidos, gemidos u otras voces animales. Creemos que los textos nos están diciendo que esa es la lengua que está en el fondo de todos nosotros. Que esa es la lengua común que nos vincula. La enfermedad se revela aquí, por tanto, como una experiencia que puede actuar a favor de la vida. Raquel Taranilla, en el último párrafo de Mi cuerpo también, lo expresa con estas palabras: “El cáncer ejerce un influjo en mi vida denso y transversal, pues no es simplemente algo que me pasó, sino sobre todo algo que me constituye. Y su proceder ha resultado tan lógico, tan radical, que, si bien estoy lejos de bendecir su llegada, respeto sin reservas que se quede. El cáncer me supera: cuando de mí y del hospital, cuando de la especie humana quede solamente polvo, el cáncer seguirá expandiéndose imparable, siempre en flor”. "