El proceso de adopción de los modelos itálicosla topografía de la colonia Iulia Ilici Augusta como ejemplo

  1. Lara Vives, Gabriel
Dirigida por:
  1. Lorenzo Abad Casal Director/a

Universidad de defensa: Universitat d'Alacant / Universidad de Alicante

Fecha de defensa: 11 de julio de 2016

Tribunal:
  1. Carmen Aranegui Gascó Presidenta
  2. Feliciana Sala Sellés Secretario/a
  3. Sebastián F. Ramallo Asensio Vocal

Tipo: Tesis

Teseo: 423957 DIALNET lock_openRUA editor

Resumen

“El proceso de adopción de los modelos itálicos. La topografía de la Colonia Iulia Ilici Augusta como ejemplo” GABRIEL LARA VIVES Universidad de Alicante En las líneas siguientes abordamos una síntesis de nuestro trabajo de tesis doctoral, dirigido por el catedrático de Arqueología Dr. Lorenzo Abad Casal, y que aborda desde una panorámica general las principales manifestaciones de la cultura romana en el territorio de la colonia Iulia Ilici Augusta. El trabajo parte de la revisión y actualización de diferentes tipos de corpora y yacimientos, así como la incorporación al discurso de las más recientes novedades arqueológicas desarrolladas en este espacio geográfico. Palabras clave: arqueología, época romana, Ilici, poblamiento, topografía urbana. Cuando hace ya más de una década iniciamos nuestro proyecto de tesis doctoral, la situación de la arqueología alicantina ofrecía un estupendo panorama para los jóvenes con ganas de aprender. Era sencillo participar en proyectos, desarrollar labores de todo tipo y contactar con multitud de equipos profesionales nacidos al amparo de los propios departamentos universitarios. Sin embargo, el final de esta “efervescencia” de la arqueología de gestión y salvamento como consecuencia del cambio de tendencia de los sectores a los que de forma indefectible va unida la salvaguarda del patrimonio, provocó un parón que necesariamente sirve como punto de llegada para la reflexión y toma de conciencia del exponencial salto dado en el conocimiento de muchos aspectos de nuestro patrimonio. En nuestras tierras se han removido miles de metros cúbicos de yacimientos conocidos de antiguo y se han excavado nuevos, pero, paradójicamente, la situación al final de este proceso no dista mucho de la enunciada por L. Abad en el seno de las ya célebres reflexiones sobre el panorama y perspectivas de la Arqueología romana en el País Valenciano enunciadas el año 1985. Tres décadas de trabajo más tarde seguimos encontrando en la bibliografía muchas vaguedades sobre yacimientos “modélicos” para su entorno, cuestiones relacionadas fundamentalmente con la marcha un tanto autónoma de los profesionales, la falta de planificación de acciones investigadoras y el hecho que desde las instituciones públicas no se hayan conseguido orquestar unas directrices que implicasen a todos los actores de este sistema, tal vez porque implicaba un esfuerzo e implicación personal difícilmente reconocido ni agradecido. Encontramos por ello, a pesar de la multitud de intervenciones recientes, una “desconexión” entre las novedades proporcionadas por esta intensa labor (que lamentablemente ha generado de manera sistemática “informes administrativos” antes que verdaderas memorias científicas) y el registro de los yacimientos conocidos de antiguo, depositado en colecciones municipales y frecuentemente, disperso, hacinado y sin conocimiento real de los objetos depositados. Conscientes de las graves deficiencias de un modelo teórico que se fundamenta sobre datos parciales, iniciamos en el presente proyecto de tesis doctoral la tarea de compilar, revisar y documentar, fragmento a fragmento, la realidad de los principales yacimientos del territorio de Ilici. Evidentemente, debíamos concretar un espacio geográfico para la extensión del ager administrado por la ciudad y dada la falta de evidencias epigráficas que permitieran compartimentar el espacio, optamos por seguir el criterio geográfico impuesto por anteriores estudios (LLOBREGAT, 1972; OLCINA, 2010; FRÍAS CASTILLEJO, 2010; GRAU, 2003) y por la delimitación de áreas de influencia que revela la aplicación de los polígonos de Thiessen al contexto regional de época romana. En muchos aspectos estos criterios son coincidentes y permiten valorar una superficie de más de 1700 km2 que se extiende por el valle del Vinalopó y la vega Baja del río Segura, quedando la orilla derecha del territorio bajo la gestión de Carthago Nova, pues ante la falta de otro tipo de indicios, es probable que se recurriese a fronteras físicas o arcifinales, tomando como referencia ríos y accidentes geográficos que permitiesen tener referentes visuales claros y de fácil localización. Y desde ese nivel de comprensión de la realidad inicial partimos a la revisión de los principales temas que han sido tratados por otros estudiosos de la época romana en nuestras tierras. El primero de ellos ha sido la definición de los elementos que componen la propia ciudad, pues el centro urbano es origen y reflejo de su territorio. El análisis de las fuentes existentes ha permitido alcanzar un mayor nivel de comprensión de los restos, contrastados con los avances en otros centros urbanos del entorno: Valentia, Saetabis, Saguntum, Lucentum, Ilunum, Carthago Nova.... Alcanzado este punto, tras la realización de los correspondientes corpora que sirven de base a nuestras apreciaciones, hemos comprobado la dificultad para establecer de forma absoluta un patrón de cambios en el territorio de Ilici. El primero de los motivos reside en la escasez de yacimientos excavados de forma sistemática y extensiva, incluyendo la propia Alcudia. Contamos con un inmenso puzle de más de un centenar de yacimientos creado a lo largo de dos siglos de exploraciones en el Camp d’Elx y en las regiones bañadas por el Vinalopó y el Segura y, sin embargo, no todo termina de encajar. Para la situación previa, el desarrollo de la revisión exhaustiva de los fondos de diferentes museos municipales nos ha proporcionado la sorpresa de no localizar restos de cronología inmediatamente anterior a las correspondientes a las fechas de la fundación de la colonia. Justo lo contrario, aparecen materiales que podemos datar claramente en época ibérica, pero bastante alejada de la sortitio de Ilici y, por tanto, espejismos de una pretendida continuidad (RAMOS FERNÁNDEZ, 1976), muy asentada en la tradición posterior. En los conjuntos depositados en los museos, no siempre exentos de la sospecha de haber sido objeto de una selección de material, no queda duda alguna de la existencia en esta región de un período clásico potente, cuestión que multiplica el número de asentamientos rurales en las inmediaciones de la ciudad para este período. Pero esa misma situación la hemos podido corroborar de primera mano al participar en la dirección y labores técnicas de un buen número de intervenciones en el Camp d’Elx. Allí, los materiales de época plena superan cuantitativamente a los de momentos posteriores y hemos podido constatar la proliferación de construcciones de diferente naturaleza hasta más allá de un kilómetro de distancia del centro rector: Arsenal, Casa de Secà, Plerón, Feria Agrícola, … definen estructuras productivas alejadas de la ciudad, e incluso en Tio Bou parece poder identificarse un caserío orientado a tareas agropecuarias. Salvando las distancias y el modelo regional, la intensificación de los trabajos no se ha concretado en la resolución de la laguna o hiato que se planteaba en el punto de partida, sino que parece que la nube de puntos que jalona el territorio define escenarios políticos y momentos concretos. Por así decirlo, al igual que en la región centro meridional de Contestania el desarrollo de una línea de investigación precisa viene mostrando que existe una intensa red de poblamiento comarcal que explicaría o justificaría la dimensión del centro rector (ABAD et alii, 2013, 22-24), el tamaño de Ilici en su contexto territorial de la Depresión meridional parece reflejar también esa misma dinámica, un centro mayor para un poblamiento rural mayor. Sin embargo, esa misma tendencia no es aplicable a la época romana porque el recorrido que marcan los contextos revela que es un viaje desde el centro a la periferia. El escaso número de fragmentos de cerámicas decoradas con el estilo de Elche fuera de La Alcudia también resulta interesante en el sentido de que su valoración como elemento cronológico es indiscutible, especialmente si tenemos en cuenta que estos objetos alcanzan una difusión que indica lugares distantes en la órbita regional, como sucede en Villajoyosa, donde se detectan vasos ilicitanos junto a otros que definen un nuevo estilo (PÉREZ BLASCO, 2011), o en el valle del Vinalopó (Agualejas (SEGURA-MORATALLA, 2009) y Castillo del Río, con muy pocos ejemplares frente al resto de objetos) e incluso hacia la región murciana testimoniando su paso por el Castillo de Cox (de donde proceden un par de fragmentos). Así, incluso en la zona de Villena, analizada con bastante rigor por J.M. Soler, se observa que los restos ibéricos corresponden a formas y decoraciones propias de los siglos IV-III a.n.E. Sirva como ejemplo adicional de este proceso Hacienda Botella, yacimiento muy cercano a los contextos urbanos y excavado hace poco más de una década de forma previa a la construcción de un parque agroalimentario y del cual teníamos noticia de la existencia de una villa romana con restos de mosaicos bicromos. Allí se detectaron, debido a la gran superficie de la parcela, dos complejos diferentes asentados tras un hiato de más de dos siglos sobre una parcela funeraria ibérica que contenía restos escultóricos de un león (RAMOS FERNÁNDEZ, 2005) y fragmentos de pilar estela, que preceden a un último enterramiento múltiple en el que permanecen los restos de los incinerados sepultados en el mismo lugar de la pira (GUARDIOLA et alii, 2001). Estos restos indican una cronología entre finales del siglo III a.n.E. y el siglo II a.n.E., y constituyen el punto y aparte de la ocupación ibérica en el solar ya que hasta bien entrado el siglo I d.n.E. no se asiste a la nueva instalación rural, tal como evidencian los datos de las excavaciones parciales de los restos localizados. En la ciudad de Ilici, los datos obtenidos por recientes intervenciones en el sector 4 C revelan una mayor complejidad que la manida secuencia de continuidad de calles, pavimentaciones y espacios (TENDERO, 2012). El panorama indica abandonos parciales de sectores urbanos, en torno a finales del siglo III a.n.E. y el retorno a la actividad a finales del siglo II a.n.E. (SALA, 1992). Este dinamismo se refleja en la adopción del nuevo estilo decorativo y en la proyección de la aristocracia local en varias manifestaciones de su grado de implicación en un nuevo proyecto territorial. En primer lugar, esta tendencia se manifiesta en la adopción de modelos de prestigio como la plasmación de sus nombres en el pavimento de una estancia cuyo significado podría trascender su identificación como tablinum (ABAD, 2004; SARABIA-CAÑAVATE, 2009). Estos individuos iberos deciden formar parte de la nueva estrategia estatal y se integran de forma plenamente consciente en las estructuras que regulan los intercambios y les pueden beneficiar. Adoptan un lenguaje arquitectónico emanado desde el otro extremo del Mediterráneo, llegado a nuestras tierras a través del comercio de largo alcance que generaba el puerto de Cartagena y su riqueza minera, en pleno auge en esos momentos. Así que estos comitentes o promotores que imitan un modelo que a priori no les beneficia más que en la posibilidad de reconocer el mérito estético de la decoración de un ambiente, podrían representar también su inserción en el desarrollo de una estructura organizativa que beneficiaba a todas las partes del engranaje. Es un mecanismo que no debe extrañarnos, pues en otros asentamientos del valle del Ebro, los primeros pavimentos con inscripciones evidencian ese mismo tipo de organizaciones, de una forma más clara, quizás menos artística. Pero en el fondo subyace la existencia de lugares de reunión, de toma de decisiones y de plasmación del papel determinante de los personajes que asumen la gestión de forma previa a la articulación y consolidación de esas estructuras territoriales. En Ilici uno de los personajes tal vez hizo gala de su adscripción a la tribu Cornelia y pretendió mostrar su afinidad hacia los romanos desde tiempos remotos. El territorio, consolidado pero ausente, despoblado si seguimos a las fuentes cuando relatan que « Alebus es sonoro para sí mismo » tras la época clásica, dejando abierta la puerta de la interpretación a movimientos poblacionales en el contexto de la Segunda Guerra Púnica. Aunque desconocemos el resultado preciso de la contienda para los habitantes de la ciudad, lo cierto es que la presencia, cada vez más documentada, de una base fuerte en las inmediaciones de Ilici (Akra Leuké o bien una ciudad de nombre desconocido) incitaría al traslado debido al temor que suscitan los episodios bélicos y las escaramuzas de los períodos de inestabilidad. Esa situación de emergencia o despegue del centro urbano en torno a finales del siglo II e inicios del siglo I a.n.E. está relacionada no sólo con la existencia de un pavimento de mosaico atípico para el conjunto peninsular sino también por los modelos que lo inspiran, no tanto por las inscripciones, que están presentes también en otros centros que reciben estímulos tempranos como suceden en el valle del Ebro y la porción de costa donde desembarcan capitales y contingentes humanos. Asociaciones de personas que regulan los intercambios y hacen cumplir los pactos, estructuras previas a la consolidación del estatus hegemónico de la ciudad sobre el territorio (LARA, 2007). Sea como fuere, la expansión de la maquinaria bélica romana en el marco de las contiendas civiles refleja un enorme desgaste de las poblaciones donde se establecen los escenarios bélicos. Contestania, de nuevo, se erige como una de las plazas principales donde se desarrollan los acontecimientos. Así, parece que la región se vincula al bando sertoriano, pues en Dianium se establece su principal base naval y esta situación genera una dinamización de muchos sectores para abastecer a los contendientes. En los primeros momentos de esta nueva etapa Ilici se muestra como un reflejo de los modelos emanados desde su vecina del sur, Carthago Nova, con la que una vía caminera creada en el contexto de su concesión colonial remarca este carácter, definitivamente asumido por el Portus Ilicitanus desde su creación. Así, en Ilici encontramos prácticamente una muestra de los contextos más representativos de Cartagena: las cerámicas helenísticas de relieves, el vino rodio, lagynoi y una continuidad de llegada de materiales orientales en los momentos en los que remonta la actividad marítima (LARA, 2004-2005), como podría revelar la documentación de cerámica corintia o la presencia de ungüentarios en forma de cordero de procedencia también oriental (NOGUERA-MADRID, 2009, 217, Fig. 54, 6) en momentos avanzados del siglo II y el siglo III d.n.E. Aunque el espacio urbano contaba con murallas de época prerromana (RAMOS FOLQUÉS, 1956 y 1966), definidas de forma muy parcial y pendientes de reestudio, parece que se adoptaron nuevas medidas preventivas creando lienzos que protegen los flancos en el contexto de las contiendas civiles desarrolladas en el último siglo de la República Romana. Este sistema defensivo, a falta de una mayor extensión de su excavación, parece que solucionó de forma eficiente las necesidades del momento, creando líneas rectas que se unían con otras en ángulo para de esa forma defender y atacar los flancos sin necesidad de torres. Los materiales empleados revelan una adecuación a la urgencia y las necesidades, de forma que apareció algún fragmento de escultura de época ibérica reutilizado en su mampostería inferior. El alzado de adobe facilitaba la adopción de estructuras plásticas frente a los proyectiles y la maquinaria de guerra de esos momentos. La creación de esta estructura, de la que desconocemos el emplazamiento de puertas y otros elementos, debió ser uno de los motivos por los que la centuriación no parte del centro de la ciudad, como sucede en los lugares donde el núcleo urbano y la retícula centurial se generaron al mismo tiempo. No hemos podido identificar restos funerarios de estos momentos, por lo que sin solución de continuidad transcurre casi medio siglo sin enterramientos claramente datables, debido a las fuentes que manejamos, entre el asentamiento de los colonos (hacia el tercer cuarto del s. I a.n.E.) y los más antiguos testimonios, sin duda localizables entre las cremaciones del Campo de Experimentación, Hacienda Esteve o la tercera elevación de Progreso. Quizás alguno de los puntos descubiertos por P. Ibarra mostrase tumbas de este período, pero la desidia de sus convecinos y el nulo interés por la historia y la antigüedad generó ese daño irreparable, pues sin los objetos resulta un terreno abonado a la mera especulación. Desde las cremaciones de Hacienda Botella, el campo de Elche parece vacío… En cualquier caso, los nuevos habitantes de la ciudad, los colonos veteranos del ejército, no tuvieron que solventar agrias discusiones sobre las parcelas asignadas en suerte, ya que, tal como evidencia el registro cerámico recuperado, la ocupación efectiva de muchas parcelas no fue una realidad hasta que transcurre un periodo que ronda el centenar de años, por lo que todo indica que la vida se desarrolló en el centro urbano de forma preferente y el trabajo agrícola motivaba el traslado puntual hacia los lotes en propiedad. Los colonos de Ilici son descendientes de romanos, están capacitados para gobernar y decidir las estrategias que convienen al grupo. Proceden de lugares donde el sistema latino ha generado sus primeros frutos y la relación de sus origos permite destacar zonas bien consolidadas de la Bética, Baleares, la península itálica o Icosi (CHAO et alii, 1999). La consolidación de esta región africana en años previos a la fundación de Ilici forma parte de un engranaje económico y bélico bien establecido. Porque son los mismos generales que conducen la guerra quienes asumen la responsabilidad del posterior reparto de lotes de tierra y creación de la ciudad, y al mismo tiempo, son recompensados económicamente con la posibilidad de explotar los nuevos territorios y sus recursos al tiempo que fueron reconocidos por los ciudadanos de las nuevas entidades urbanas como patronos. De hecho, las fuentes refieren que los icositanos contribuyen en Ilici. Es decir, pagaban tributos en este centro administrativo, aunque tal vez sea reflejo de la procedencia mayoritaria de los individuos, tal como indica la proporción plasmada en la tabula de bronce localizada en La Alcudia. Sin duda la primera iniciativa cívica estará relacionada con la erección del foro de la ciudad, del que contamos con disecta membra arquitectónicos, escultóricos y epigráficos. Sin duda la emisión cívica de monedas con el reverso mostrando un templo dedicado a Juno constituye la mejor expresión de ese proceso de efervescencia urbanística. La tradición previa del culto a la diosa madre ibérica entronca con las creencias de los ciudadanos procedentes del norte de África, por lo que no hay problema para asumir la implantación de Juno en el panteón local. La cronología augustea del nuevo edificio de culto encuentra reflejo en la presencia de elementos como las basas de tipo ático, capiteles jónicos, cornisas e incluso lastras de terracota que revelan la adopción de los motivos iconográficos más característicos del período: róleos entrelazados de acanto y estilizaciones vegetales como símbolo del renacer, de la prosperidad del período, de la aurea aetas. El foro de Ilici es un entorno de representación aún por definir, pero que contó sin duda con elementos de prestigio como las columnas de granito gris trasladadas a Elche, o esculturas marmóreas de tamaño colosal que pudieron ser reflejo de una renovación del espacio en época flavia, cuando los restos de epigrafía parecen indicar la renovación de varios sectores urbanos. Esta remodelación afectó también a los sectores residenciales, algunos completamente modificados y otros de forma puntual con replanteamientos de muros y programas decorativos. Las emisiones monetales cívicas se interrumpen en Ilici tras el reinado de Tiberio, mostrando la proyección de Carthago Nova a nivel económico sobre la vía terrestre que comunica ambos territorios. Curiosamente, alguno de los duunviros monetales de Carthago Nova podría coincidir con personajes del ordo local, revelando lazos familiares, circunstancia que evidencia nuevamente los vínculos existentes entre estas dos ciudades desde sus inicios. Sin duda la creación de grandes complejos termales, uno para el flanco occidental y otro para el oriental, están detrás de estos procesos de reordenación y dinamización de la ciudad. En el sector 4C se ha apreciado un hiatus muy interesante hasta estos momentos, e incluso, la edificación de otro pequeño establecimiento, muy expoliado en época posterior (TENDERO, 2012). La infraestructura urbana recibe a partir de mediados del siglo I d.n.E. grandes novedades, como la llegada de un acueducto desde el norte que cubre la demanda de agua de las instalaciones termales, documentado en el edificio del flanco occidental y en el espacio entre las termas orientales y el actual camino de Borrocat. Es en esta parcela donde las recientes excavaciones parecen contribuir de forma más reveladora, pues contamos con tramos de acueducto y la evidencia de un sistema de captación de aguas que aprovechaba los cauces de barrancos y los caminos para facilitar el aprovisionamiento de agua a la creciente demanda de los terrenos en explotación y a las dependencias rústicas. Esos indicios se hacen extensivos a otros puntos del valle medio del Vinalopó, como la villa de los Baños de Monforte del Cid o la calle El Hilo de Villena, donde aparece un canal realizado con lajas de piedra cuyo destino debió ser favorecer la captación de agua de escorrentía desde las laderas del antecerro inmediato y trasladarlas hacia la zona de huerta o hacia depósitos especialmente configurados de los que no conservamos noticias. Proliferan en este mismo período los espacios de representación doméstica y los entornos ajardinados, dotados de estructuras hidráulicas que revelan la capacidad de la ingeniería romana. Estos espacios serán adornados con esculturas similares a las recuperadas en el entorno de Cartagena, pues el circuito de distribución de las mismas entronca con la llegada al puerto situado algo más al sur. El paisaje funerario de los alrededores de Ilici revela la proliferación de inhumaciones en torno al siglo II d.n.E., mostrando que la vía de acceso conectaba la vía Augusta, que discurre por el flanco de poniente, con el camino tradicional que conducía hacia el Molar y la desembocadura del Segura fosilizado bajo el camino del Borrocat. Recientes trabajos en ambos ejes y los datos proporcionados por R. Lorenzo (LORENZO, 2007 y 2014), han puesto en evidencia que los caminos romanos están desplazados de los ejes actuales hasta una treintena de metros. Así, J. Moratalla indica que los restos inmediatamente detectados bajo la actual calzada de el Borrocat son de época bajomedieval o moderna y cubren tumbas romanas, por lo que debemos desplazar el eje ligeramente hacia el oeste respecto a su posición actual. Sucede lo mismo en El Arsenal, donde la vía queda en las inmediaciones de la hacienda histórica, y no bajo el camino, construido a finales del siglo XIX. En la ciudad de Ilici los hallazgos han permitido definir en los últimos años una imagen acorde a la realidad estratigráfica que muestran los centros con una larga perduración: alteraciones, expolios y nuevos espacios que modifican las trazas de los edificios anteriores. Procesos que reflejan una ciudad viva que fagocita y recicla todo aquello apto para las nuevas necesidades. Tal como sucede en 5D, donde hemos asistido a la revisión de un edificio relevante en la historiografía del yacimiento y a su contextualización en la fase tardía (LARA, 2005) y donde se documenta también el expolio sistemático de las edificaciones para convertir las piedras de sus paramentos en cal. Así, poco a poco se configura un aspecto más propio del centro tardorromano previo a la sede episcopal. Barriadas edificadas sobre los solares de 5F y las termas orientales, cementerios urbanos y ad sanctos. Todo empieza a coincidir con la lectura ordenada de los estratos. Este proceso implica también el detenido análisis de la secuencia y, por tanto, un ritmo más lento en la interpretación de los resultados. En el resto del territorio los datos que ofrecen los enclaves analizados contribuyen a reflejar este modelo. El valle de Elda y los territorios en torno a Aspis se revelan como las de una más pronta e intensa ocupación, al amparo de los mejores suelos agrícolas y la proximidad de la arteria de comunicación. De hecho, en la zona de Agualejas se ha detectado un santuario vinculado con las aguas que entronca con la tradición previa de época ibérica plena, que reutiliza los restos escultóricos del complejo previo para crear un témenos donde el elemento principal es la surgencia de aguas. Los elementos recuperados en su interior revelan el consumo de líquidos y la presencia de cerámicas de importación junto con otras locales de los siglos II-I a.n.E., aunque han sido publicados de forma parcial y provisional los resultados (SEGURA-MORATALLA, 2009). La extensión del olivar y su explotación revela ser uno de los dinamizadores de esta ocupación, como subraya la proliferación de estructuras o indicios de las mismas. En el Melic (Elda) contamos con un importante ejemplo que revela la implantación y mayor desarrollo del complejo hacia el tercer cuarto del siglo I d.n.E., dato cronológico coincidente con la mayor ocupación rural detectada. De hecho, los establecimientos rurales del territorio ilicitano ofrecen contextos fundacionales que no pueden retrotraerse más allá de mediados del siglo I d.n.E., tal vez a partir de Tiberio, en los casos más antiguos. Es probable que la consolidación del proceso urbanizador permitiese el inicio de la explotación del territorio, donde volvemos a remarcar la ausencia de datos sobre el final del período ibérico. En las villas del Alto Vinalopó donde aparece cerámica ibérica, las formas y decoraciones son claramente reflejo de frecuentaciones de época clásica. Algo similar sucede en otros puntos. Sin duda, la extensión de la vida de estos asentamientos con cronologías publicadas entre los siglos I-V d.n.E. no responde a una realidad arqueológica constatada. Los datos de los yacimientos excavados o prospectados de forma intensiva revelan la concentración de las evidencias hacia los dos primeros siglos del imperio (más hacia mediados del siglo I y mediados del siglo II d.n.E.) y mediados del siglo IV-siglo V d.n.E. Hay frecuentaciones posteriores, sin duda, pero de escaso reflejo arquitectónico, por lo que debemos comenzar a estrechar el cerco a las cronologías de los establecimientos rurales y comprenderemos mejor las dinámicas del territorio. Del mismo modo, por lo que respecta al momento final de la cultura romana, destacaremos que en el campo de Elche se ha comenzado a detectar un fenómeno similar al desarrollado en los momentos finales de la Prehistoria, debido a la proliferación de silos-vertederos que forman auténticos campos de fosas con materiales cerámicos que abrazan los siglos VI-VII y alcanzan en algunos casos hasta el siglo IX. Este tipo de estructuras caracterizan los hallazgos en Casa de Revenga, El Bosquet y Plerón. Son evidencias de un fenómeno constatado en el centro de la península (VIGIL-ESCALERA, 2007) y del que parece se detectan también indicios en el territorio murciano, como indica el yacimiento de Senda de Granada (GARCÍA BLÁNQUEZ, 2010). En definitiva, el trabajo realizado intenta presentar de forma objetiva los indicadores de un cambio complejo pero rápido, debido a que la naturaleza dispar de los colonos fue matizada por su plena implicación en el proceso de administración y explotación del territorio. Se ha podido apreciar el papel decisivo de la configuración del corredor del Vinalopó y la llegada de los estímulos y modelos por vía marítima desde la cercana Carthago Nova. Los programas arquitectónicos y decorativos revelan cierto arcaísmo y fueron ejecutados de forma preferente sobre calizas locales, al igual que sucede en otros centros de la región, embellecidos de forma sucesiva con técnicas decorativas y materiales que proceden desde la capital conventual. El proceso de adopción de los modelos itálicos en el territorio es uniforme y sincrónico, pero está mal definido por el tipo de intervenciones desarrolladas y la ausencia de proyectos que unifiquen las estrategias. Nuestra modesta contribución pretende servir de base para la creación de estas iniciativas, que necesariamente, matizarán y completarán nuestras líneas.