El general Don Manuel Díez-Alegría y el reformismo militar durante el tardofranquismo y la transición
- GONZÁLEZ-POLA DE LA GRANJA, PABLO
- Aniceto Masferrer Director
- Federico Martínez Roda Director/a
Universidad de defensa: Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir
Fecha de defensa: 22 de febrero de 2017
- José Andrés-Gallego Presidente/a
- Roberto Villa García Secretario/a
- Juan Carlos Jiménez Redondo Vocal
Tipo: Tesis
Resumen
Es bien conocido el proceso político denominado reformismo. Una serie de políticos procedentes de las diferentes familias del Régimen comenzaron, a mediados de la década de los 60, a pensar en la evolución del modelo político a la muerte del general Franco. Eran conscientes de que a la muerte de éste el Franquismo no podía de ninguna forma sobrevivir. Frente al grupo de los reformistas, se alineaban los inmovilistas que deseaban que a Franco le sustituyeran las instituciones del Régimen presididas por su sucesor. Tradicionalmente se ha considerado que los militares se alineaban en este grupo que recibió el nombre de “bunker”. La hipótesis de la presente Tesis es investigar si existió entre los militares un modelo reformista parecido al civil. Para ello nos hemos fijado en una figura muy concreta don Manuel Díez-Alegría. No existe ninguna monografía sobre él y las referencias historiográficas se suelen referir a su talante liberal, y su cese en junio de 1974 tras un viaje a Rumania en el que se entrevistó con el dictador Ceaucescu. Nacido en 1905, la biografía de Díez-Alegría nos permite comprender muchos aspectos de la mentalidad de buena parte de los militares de su generación. Ingresó en la Academia de Ingenieros del Ejército al comenzar la dictadura del general Primo de Rivera y gracias a unos apuntes que él mismo redactó, poco antes de morir pensando en publicar sus memorias, podemos apreciar cómo los conflictos entre Primo de Rivera y los Cuerpos Facultativos, sobre todo con los artilleros, fueron minando la confianza del Ejército en el Dictador. También la Segunda República, que fue recibida con respeto y expectación por los militares, no tardó mucho en defraudarles debido a la falta de contundencia para controlar el orden público, fundamentalmente. La personalidad del oficial Manuel Díez-Alegría se va forjando a lo largo del tiempo que dura su vida militar. Se fija especialmente en los profesores de la Academia que muestran una buena formación intelectual y profesional alejándose del modelo reaccionario e intransigente. Al incorporarse a la vida profesional, se va decantando por la enseñanza y muestra una especial sensibilidad por la educación y bienestar del soldado. Ve con preocupación el deterioro de la convivencia social y los intentos revolucionarios que caracterizan la Segunda República, pero no participa activamente en el grupo de conspiradores que dirigidos por el comandante García Valiño se reúne en la Escuela de Estado Mayor, donde ingresa en 1935. Le sorprende el estallido de la Guerra Civil en Asturias y tras pasar escondido poco más de un año, se incorpora a los sublevados y participa activamente con las tropas de García Valiño en los frentes Norte, Este y Centro. Al acabar la contienda vuelve a ingresar en la Escuela de Estado Mayor donde finaliza sus estudios y consigue el prestigioso Diploma en Estado Mayor. Al poco, en 1946 es destinado a Río de Janeiro para ocupar la bacante de agregado militar en Brasil. Aquí sentará Díez-Alegría las bases intelectuales de lo que luego desarrollará desde los puestos de responsabilidad que alcanzará. En aquel momento, Brasil es tomado por los norteamericanos como modelo de resistencia ante los avances del comunismo en la zona. Díez-Alegría aprende de los norteamericanos sus reglamentos y organización militar y comprende perfectamente que un país puede ser anticomunista y democrático a la vez. Aquí entablará amistad con el teniente coronel Vernon Walters, agregado militar norteamericano en Brasil, cuya amistad conservará de por vida. Al regresar a España, Díez-Alegría se encuentra un Ejército desmotivado por el exceso de personal y la falta de medios. En posesión de los idiomas inglés, francés y portugués, se incorpora a la élite de militares que en los años 50 viajan haciendo cursos en el extranjero, preferentemente Norteamérica. Pronto es detectado por el general Agustín Muñoz Grandes que lo incorpora a su equipo en el Alto Estado Mayor. Con Muñoz Grandes, Díez-Alegría inicia una reforma tendente a incidir en la profesionalización de los mandos militares y su consiguiente alejamiento de los planteamientos políticos. Las claves son la reforma de la enseñanza, la creación de un organismo, el Centro de Estudios Superiores de la Defensa (CESDEN) en el que la sociedad civil se integra en el estudio de los problemas de la defensa y una ley de bases de la Defensa que pretenderá la modernización de unas Fuerzas Armadas perfectamente conjuntadas, con sus tres ejércitos. La idea es que a la muerte de Franco, el ejército no interfiera en la vida pública y permita una evolución pacífica. La reforma que plantea Díez-Alegría pretende la despolitización del Ejército. Elabora una teoría sobre ésta que hace pública en el discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en 1968. El lanzamiento mediático de Díez-Alegría y probablemente el propio nombramiento como académico puso ser propiciado por el entorno del Conde de Barcelona desde Estoril. El acercamiento al General a través del catedrático y responsable del Consejo de D. Juan, Jesús Pabón y Urbina es notorio. A la muerte en 1970 del general Muñoz Grandes, Díez-Alegría ocupa su puesto al frente del Alto Estado Mayor con el apoyo del almirante Carrero y pronto, debido al apoyo que le muestran los políticos y periodistas reformistas, Díez-Alegría se coloca en el punto de vista de los altos mandos militares pertenecientes al bunker franquista. Estos intentarán su derribo para evitar a toda costa que a la muerte de Franco, Díez-Alegría se encuentre al frente de las Fuerzas Armadas desde el Alto Estado Mayor. Pero a estas alturas Díez-Alegría ya se ha convertido en un referente en dos sentidos, por una parte hacia dentro, hacia los propios militares que comparten su idea de que el ejército no debe apoyar ninguna opción política y otra vertiente dirigida hacia afuera. Esta convence a los políticos reformistas del Régimen y a la incipiente oposición tanto interior, como exterior, de que con militares como Díez-Alegría sería posible una evolución del Régimen hacía la democracia. Muerto Carrero, Díez-Alegría pierde la protección de la que gozaba y Carlos Arias permite que el bunker cívico-militar acabe arrancando su cese a Franco en junio de 1974. Los generales consiguen que sea calumniado como desobediente a las órdenes del Presidente del Gobierno al visitar a Ceaucescu en Rumanía. Cosa totalmente falsa. Pero Díez-Alegría acepta resignado el castigo y la difamación y sigue desde la prensa y la Academia de Ciencias Morales con su papel de referente militar y civil, según se va acercando el final del Régimen por desaparición de su fundador. El prestigio popular de Díez-Alegría crece en España y en el extranjero y la prensa le presenta como posible presidente del Gobierno para sustituir a Arias. El servicio que presta a la Monarquía Díez-Alegría es realmente importante, eligiéndole don Juan Carlos para convencer a su Padre de que no lanzara su manifiesto a la muerte del general Franco. Pero las circunstancias del cese propiciado por los tenientes generales que en el momento de la Transición ocupaban los puestos más importantes del Ejército, hizo imposible la recuperación de Díez-Alegría para un puesto de responsabilidad en el Gobierno. En 1977 es nombrado embajador en Egipto, regresando a España dos años después siendo nombrado miembro de número de la Real Academia de la Lengua y Consejero de Estado. Falleció en 1987. Sin desmerecer la excelente labor desarrollada en la Transición por el general Manuel Gutiérrez Mellado, directo colaborador de Díez-Alegría, en el Alto Estado Mayor, queda claro, a lo largo de la Tesis, que el general Manuel Díez-Alegría es el auténtico General de la Transición, pues comienza a trabajar en ella desde 1964 que comienza su colaboración con Muñoz Grandes. Y esto demuestra, además que, en efecto, existió un modelo reformista militar que fue paralelo al civil y que, sin duda, facilitó el que los militares se mantuvieran, pese a las presiones ultra, al margen del proceso político.