La iglesia de la raza La iglesia católica española y la construcción de la identidad nacional en Argentina 1910-1930

  1. Papanikas, Dimitri Pablos
Dirigida por:
  1. Juan Pro Director/a

Universidad de defensa: Universidad Autónoma de Madrid

Fecha de defensa: 18 de junio de 2012

Tribunal:
  1. Manuel Pérez Ledesma Presidente/a
  2. Pedro Pérez Herrero Secretario/a
  3. Loris Zanatta Vocal
  4. Nuria Tabanera Vocal
  5. Mónica Quijada Maurino Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

La noche del 12 de octubre de 1934 casi cuatro mil personas se reunían en el Teatro Colón de Buenos Aires para asistir a un evento especial. Por cierto esta vez no se trataba de ninguna gira por tierra latinoamericana de alguna importante obra lírica en cartel en los teatros del viejo continente. Los espectadores reunidos para la ocasión estaban esperando uno de los acontecimientos más ansiados previstos en el programa oficial del XXXII Congreso Eucarístico Internacional, que tuvo lugar por primera vez en su historia justamente en Argentina. Entre los invitados más destacados presentes en la sala del templo de la música clásica de todo el continente figuraba el secretario de Estado vaticano, su Eminencia el cardenal Eugenio Pacelli, apenas cinco años antes de su proclamación a la silla de Pedro como vicario de Cristo, con el nombre de Papa Pío XII. Lo que aquella noche iba a comenzar era una velada que, no casualmente, la organización ¿ presidida entre otros por el sacerdote vasco Mons. Zacarías de Vizcarra, residente en Buenos Aires desde 1912, durante 25 años uno de los hombres más influyentes del catolicismo español en la Argentina ¿ había intentado que coincidiese con los festejos del día de la Raza. Es decir, el evento anual que el ex presidente de la Nación Hipólito Yrigoyen había proclamado por decreto gubernamental en 1917, pocos meses después de ser elegido para el primer cargo de la Nación. Aunque en el texto no se mencionase abiertamente la palabra «raza», a partir de entonces la mayor parte de la prensa se sirvió de aquella denominación. El «Himno a la Raza» que el español don Félix Ortiz y San Pelayo compuso para la ocasión, cantado solemnemente en el teatro Colón por cinco masas corales reunidas, fue la prueba más contundente de cuanto la palabra Raza había quedado arraigada en la opinión común. Una vez terminados los preparativos de la función, a las 21 horas, Mons. Isidro Gomá y Tomás, arzobispo de Toledo y primado de la Iglesia española, subía al escenario para protagonizar el evento más esperado desde hacía semanas por todos los católicos reunidos en aquellos días en la capital argentina. En sus palabras, aquella noche, los miles de espectadores pudieron escuchar la apología más importante, explícita y combativa, que hasta entonces se hubiese hecho de la Hispanidad. Significativo el hecho de que se tratara del máximo exponente de la Iglesia española en hacerse cargo de ello, además por la presencia en la sala de las máximas autoridades del gobierno argentino. Un Ejecutivo que hasta entonces no se puede decir que hubiese brillado por particulares ardores católicos. Al contrario en múltiples ocasiones no había dejado de pronunciarse a favor de una política liberal que a menudo había chocado en contra de los intereses de la Iglesia católica. Aunque sin llegar a la separación entre Iglesia y Estado que iban sancionando países como Francia, Uruguay, Brasil, México, Colombia o Chile de hecho el proceso de formación del estado argentino había ocurrido, como en otros casos, bajo la insignia de la secularización. Una laicización de las instituciones estatales que había sido estrenada con la disolución de las órdenes religiosas y las desamortizaciones firmadas por el presidente Bernardino Rivadavia entre 1822 y 1824 para seguir con las «leyes laicas» sancionadas bajo la presidencia de Julio Argentino Roca. Leyes que instituyeron por primera vez el registro civil, el matrimonio civil, la enseñanza pública gratuita, laica y obligatoria y la secularización de los cementerios. Un proceso que había terminado con la pérdida de referencias religiosas en las nociones de soberanía y ciudadanía.1 De todas formas hubiese bastado leer la Constitución de 1853 para darse cuenta de que en realidas no se trataba de un proyecto efectivamente anticlerical. La persistencia del patronato real, la financiación del culto católico, el requisito de profesar la fe católica como necesario para ser elegido presidente y vicepresidente, la conversión del indio al catolicismo eran la muestra de cómo los padres de la patria hubiesen querido pactar con los intereses de la Iglesia en busca de una armonía. Poco más de un siglo había pasado de la proclamación de la Independencia argentina de la corona de España y la historia volvía a escribirse. El ideal de la «Madre patria», así como a partir del centenario de 1910 las autoridades políticas, civiles y religiosas argentinas comenzaron a llamar a España, encontraba su legitimación oficial en las palabras de Mons. Gomá y sobre todo en la participación entusiasta, entre su público, nada menos que del futuro Pío XII, un Papa cuya particular admiración por la Reconquista católica de España liderada por el gen. Francisco Franco durante la guerra civil española, le valdría a buen derecho el incómodo apelativo de «el Papa de la Hispanidad».