La santidad local valencianala tradición de sus imágenes y su alcance cultural
- Felici Castell, Andrés
- Rafael García Mahiques Director
Universidad de defensa: Universitat de València
Fecha de defensa: 27 de febrero de 2017
- Jesús María González de Zárate Presidente/a
- Inmaculada Rodríguez Moya Secretario/a
- Emilio Callado Estela Vocal
Tipo: Tesis
Resumen
La presente tesis doctoral pretende abordar el complejo tema de la santidad popular en los territorios del Antiguo Reino de Valencia entre los siglos XIII y XVIII, tomando como punto de partida el análisis de imágenes. Para ello, el hilo conductor del estudio no son los santos reconocidos oficialmente por la Iglesia (san Vicente Mártir, san Vicente Ferrer, san Luis Bertrán, san Pascual Bailón, beato Nicolás Factor…), sino todos aquéllos que fallecieron con fama de santidad pero por falta de medios o diferentes avatares de la historia nunca lograron ese reconocimiento oficial, aunque sin embargo para aquellos devotos y paisanos que les habían conocido directamente o se sentían próximos a ellos –bien geográfica o cronológicamente– eran venerados como santos. Éstos son los que aparecen referidos en las fuentes como “bienaventurados”, “siervos de Dios” o, mayoritariamente, “venerables”. Este calificativo era un término popular que asignaba la gente sin que tuviera ninguna consecuencia o registro oficial, de manera que hoy en día resulta muy complicado poder configurar un catálogo cerrado y fiable sobre todos los venerables que existieron. Los venerables fueron personas de santa vida, que fueron admirados por sus coetáneos y tras su muerte se les empezó a venerar como santos: se les sepultó en un lugar apartado, la gente tomaba objetos suyos como reliquias, los fieles se encomendaban a ellos en sus oraciones, se les atribuían milagros, se escribieron sus biografías y en muchos casos también se realizaron y difundieron imágenes suyas, normalmente mediante pintura o grabado. El fenómeno de la santidad en estos territorios tiene su origen en la llegada del cristianismo a tierras valencianas, sólo que en esos primeros siglos (época paleocristiana, visigoda y musulmana) no se utilizaba el término de “venerable”, sino directamente el de “santo”, sin que existiera un proceso organizado por parte de la Iglesia para obtener tal reconocimiento, como ocurre hoy en día. De esta manera el presente estudio se inicia con estos “precedentes” de venerables valencianos (san Vicente Mártir, san Valero, san Eutropio, san Bernardo de Alzira, san Pedro Pascual…), añadiéndose también una referencia a aquellos santos que la literatura moderna –especialmente los “falsos cronicones”– inventó o interpretó como valencianos (san Eugenio, san Agatángelo, san Félix, san Lorenzo…). Posteriormente, siguiendo un orden cronológico, a partir del siglo XIII podemos encontrar a los primeros “venerables” valencianos, algunos de ellos presentes ya en la conquista cristiana (Miguel de Fabra, Teresa Gil de Vidaure, Andrés de Albalat…), de algunos de los cuales conocemos representaciones plásticas, que en este primer momento serán esencialmente relieves funerarios. Con la instalación de los primeros talleres pictóricos en Valencia a finales del siglo XIV y principios del XV, encontramos las primeras imágenes pictóricas de algunos venerables (Bonifacio Ferrer, Francisco Maresme…), presentes en tablas de la predela o entrecalles de algunos retablos, como si de un santo más se tratara. También el desarrollo de la imprenta a partir de este momento permitió la realización y difusión de las primeras estampas y grabados, en algunas de las cuales se incluyeron efigies de venerables, especialmente la de aquéllos que también fueron escritores (Francesc Eiximenis, Isabel de Villena…). A partir del siglo XVI se desarrollará el retrato post mortem, que buscará perpetuar el rostro del venerable con el mayor parecido y exactitud posible, para que se pudiera difundir su imagen en otros lienzos o estampas. La existencia de importantes artistas y talleres en Valencia (los Macip, los Ribalta) así como la de importantes mecenas como el Patriarca Ribera, hombre que además buscó rodearse de personas con fama de santidad y promover su reconocimiento oficial (Domingo Anadón, Margarita Agulló, Juan Bautista Bertrán, Pedro Jerónimo Muñoz…), tendrá como consecuencia una gran proliferación de retratos e imágenes de venerables. Tras el fallecimiento del Patriarca Juan de Ribera (+1611), dos acontecimientos darán un giro al culto que se profesaba a los venerables anteriores. Por una parte el polémico y truncado proceso de Francisco Jerónimo Simó (+1612), sacerdote valenciano a cuyo reconocimiento oficial se opusieron las principales órdenes religiosas locales (dominicos, franciscanos…) por establecer una fuerte competencia a sus candidatos a la santidad, produciéndose así enfrentamientos con el clero secular y las autoridades civiles, partidarios de su pronta elevación a los altares. Estos enfrentamientos se saldaron con la total paralización de la causa y una condena por parte de la Inquisición (1619), que prohibiría cualquier manifestación de su culto, procediendo a la destrucción de sus imágenes y obras biográficas. Por otra parte, pocos años después Urbano VIII publicó una serie de decretos, conocidos con el sobrenombre de non cultu (1625-34), que regulaban los procesos de canonización y prohibían las manifestaciones públicas de devoción hacia personas que no estaban reconocidas oficialmente por la Iglesia como beatas o santas. Hasta ese momento no era infrecuente que el culto que recibían los venerables fuera muy similar al de los santos –sepulturas apartadas decoradas con lámparas y exvotos, imágenes colgadas en templos, representaciones con nimbo…–. No obstante durante los siglos XVII y XVIII hubo en los territorios valencianos una gran cantidad de venerables (Mariana de San Simeón, Domingo Sarrió, Luis Crespí, Jerónima Dolz, Gregorio Ridaura…), de muchos de los cuales se publicó biografía y se editó estampa, aunque intentando respetar los decretos papales. También aparecieron diferentes series u obras donde se recogían a diversos venerables de una orden, siendo la más importante el Árbol de la Santidad Valenciana de Isidoro Tapia, lienzo que se conservó en la Basílica de la Virgen de los Desamparados de Valencia hasta su desaparición en la Guerra Civil, aunque la podemos conocer por fotografías antiguas. Los venerables jugaron un papel esencial en la religiosidad valenciana –propusieron modelos de santidad cercanos a los fieles– y artísticamente sus rostros fueron retratados por los mejores pinceles de su tiempo (Juan de Juanes, Sariñena, Francisco Ribalta, Urbano Fos, Espinosa, Evaristo Muñoz, Gaspar de la Huerta, José Vergara, Vicente López…) y estampados por los más importantes grabadores (Tomás Planes, Juan Bautista Ravanals, Tomás Rocafort, Francisco Quesádez…). Su culto en la mayoría de casos ha desaparecido por completo, pero todavía pervive la memoria de algunos fundamentalmente en pequeñas localidades, que no han dudado en relanzar sus procesos oficiales (Pedro Esteve, Andrés Garrido, Úrsula Micaela Morata, Juan Gilabert Jofré…), esperando todavía a día de hoy que puedan ser elevados a los altares.