Paternidad y competencias parentales percibidas por hombres penados por violencia de géneroun estudio cualitativo
- Hernández Palacios, Sara
- Marisol Lila Zuzendaria
- Enrique Gracia Zuzendarikidea
Defentsa unibertsitatea: Universitat de València
Fecha de defensa: 2017(e)ko iraila-(a)k 14
- Gonzalo Musitu Ochoa Presidentea
- Raquel Conchell Diranzo Idazkaria
- Alba Catalá Miñana Kidea
Mota: Tesia
Laburpena
La violencia ejercida contra las mujeres en las relaciones de pareja es un problema de gran magnitud debido a su gravedad y a las alarmantes cifras de víctimas (Lila, 2013; Winstok y Eisikovits, 2011). A pesar de que en España se lleva años realizando un importante despliegue de iniciativas legislativas, sociales y técnicas para hacer frente al problema de la violencia de género, éstas han estado dirigidas en su mayoría a la mujer, quedando fuera del foco de atención los hijos e hijas de estas mujeres así como las posibles consecuencias que la violencia de género tenga en su desarrollo psicosocial. Algunas investigaciones señalan que el 81% de los menores han presenciado en alguna ocasión violencia contra la mujer (Fantuzzo y Fusco, 2007) y el 55% fueron maltratados principalmente con abusos físicos y el 23% psicológicos (Matud, 2007), llegando a calcular el Ministerio de Asuntos Sociales e Igualdad (2012) que en España 840.000 menores aproximadamente eran de alguna forma, testigos de los conflictos en las parejas. Actualmente la familia sigue siendo la unidad básica de nuestra sociedad (Domenech y Cabero, 2011), entendiéndose como un contexto normativo de educación, formación y desarrollo para todos sus componentes. No obstante, la complejidad de dicho núcleo familiar aumenta con la aparición de los hijos, ya que la familia se transforma en un “grupo” en el que la crianza y socialización de éstos es desempeñada por los padres, con independencia del número de personas implicadas y del tipo de lazo que las una (Durán, Tébar y Ochando, 2004; Rodrigo y Palacios, 1998). Desde la perspectiva de los niños y las niñas, la familia es un contexto de desarrollo y socialización, revelándose como el entorno más apropiado para cubrir determinadas funciones en relación con la satisfacción de determinadas necesidades evolutivas y educativas propias de la cultura y del momento evolutivo del individuo. Y es el proceso de socialización de los hijos una de las funciones más importantes que definen el concepto de familia (Gracia, García y Lila, 2007), ya que la socialización familiar es un proceso fundamental en el desarrollo psicosocial del ser humano (Maccoby, 1980; Musitu y Lila, 1993; Parker, Tumpling y Brown, 1979; Rollins y Thomas, 1979; Ross, Clayer y Campbell, 1983) en el que se transmiten elementos distintivos de la cultura a la que se pertenece y que los individuos incorporan en forma de conductas y creencias a su personalidad (Arnett, 1995); siendo el objetivo principal inculcar un determinado sistema de valores, normas y creencias a los hijos (Maccoby, 1980; Gracia et al., 2007). Este proceso transcurre desde la niñez, y continúa durante la adolescencia realizando necesarias e importantes trasformaciones para adaptarse a la transición que vive el niño y todo el sistema familiar (Gracia et al., 2007; Lila, Van Aken, Musitu y Buelga, 2006). Los padres desempeñan un importantísimo papel aunque no decisivo en la vida de los socializando ya que la familia presentará rasgos importantes de la sociedad a la que pertenece, que se manifestarán particularmente en las estrategias empleadas en la educación de sus hijos (Rodríguez y Sauquillo, 2002). El proceso de socialización ocurre, explícitamente, a través de las relaciones, de las interacciones, e implícitamente, mediante la observación, la inferencia, el modelado, y el ensayo y error (McCall y Simmons, 1982). Las estrategias de socialización que emplean los padres con los hijos tienen que ver con el tono de la relación, con el mayor o menor nivel de comunicación (aceptación-rechazo, calor-frialdad, afecto-hostilidad, proximidad-distanciamiento) y con conductas para encauzar el comportamiento del hijo (autonomía-control, flexibilidad-rigidez, permisividad-restricción). Los estilos de socialización parental se definen por la persistencia de ciertos patrones de actuación de los padres cuando se enfrentan con diversas acciones o comportamientos por parte del niño en diferentes situaciones de la vida cotidiana (Camino, Camino y Moraes, 2003) y las consecuencias que esos patrones tienen para la propia relación paterno-filial y para los miembros implicados (Musitu y García, 2001, pp.10). El modelo bidimensional de socialización parental de cuatro tipologías da lugar a cuatro estilos de socialización parental: autorizativo, indulgente, autoritario y negligente (Lamborn et al., 1991). Enfatiza la necesidad de tener en cuenta los efectos de combinar las dos dimensiones de la conducta de los padres al analizar dicho comportamiento en relación con el ajuste del niño. La paternidad, a lo largo de los últimos siglos, ha resultado ser una "construcción social históricamente variable" (Mead, 1934). Actualmente se enfatiza la capacidad de los padres para cuidar y criar a los hijos igual que hacen las madres. El término del “nuevo padre” describe a los padres que desarrollan relaciones emocionales más cercanas con sus hijos y también comparten las tareas de cuidado de los niños con sus parejas (Veteläinen, Grönholm y Holma, 2013), siendo más activos y participando cada vez más en el cuidado de los hijos (Dowd, 2000). Marsiglio et al. (2000) describieron la perspectiva contemporánea sobre cómo ser un buen padre a través de cuatro vías principales de comportamientos paternos influyentes: (1) la nutrición y la provisión de cuidados; (2) la orientación moral y ética; (3) el apoyo emocional, práctico y psicosocial de las parejas y (4) el aprovisionamiento económico. La noción de que un "buen padre" debe ser cariñoso, afectuoso, comprometido, educativo y consistente en la crianza de sus hijos, es central a la transformación social actual de la paternidad a principios del siglo XXI (Morman y Floyd, 2006) Para un mayor entendimiento del rol del padre en la familia, se han adoptado enfoques cualitativos para intentar descubrir lo que los hombres creen que son características importantes de la paternidad efectiva (Marsiglio, Hutchinson y Cohan, 2000) describiendo que consideraban que un buen padre podía sostener financieramente a su familia, pasar tiempo con ellos e involucrarse activamente en la vida de sus hijos, mostrándose accesible, emocionalmente cercano, amigo y estableciendo disciplina. Sorprendentemente, la extensa investigación sobre violencia de género dedica poca atención al rol paterno de los hombres que son violentos hacia las madres de sus hijos o parejas con hijos (Fox y Benson, 2004), así como los programas de tratamiento, siendo bastante preocupante ya que más del 60% de los hombres que entran a formar parte de este tipo de programas son padres (Rothman et al., 2007; Salisbury et al., 2009; Stover, 2015), y a menudo siguen presentes dentro de la familia después de los malos tratos. En los últimos años, han surgido estudios para intentar aprender sobre la experiencia de la paternidad enfatizando la comprensión que los maltratadores tienen sobre la misma a diferencia de los estudios que evalúan su papel como padres y su nivel de participación en la vida de sus hijos (Lamb, 2000; Marsiglio et al., 2000; Marsiglio y Cohan, 2000) que pueden aportar una comprensión de la experiencia de la paternidad fundamental para ayudar a los maltratadores a emprender el largo y exigente proceso de rehabilitar su paternidad dañada (competencias parentales), la relación con sus hijos y las madres de los mismos (Mathews, 1995; Peled y Edleson, 1999; Perel y Peled, 2008). Las competencias parentales son el conjunto de capacidades para generar y coordinar respuestas que permitan a los padres afrontar de forma flexible y adaptativa la tarea vital de la paternidad, de acuerdo con las necesidades evolutivas y educativas de los hijos/as y con los estándares considerados como aceptables por la sociedad, aprovechando todas las oportunidades y apoyos que les ofrecen los sistemas de influencia de la familia para desarrollar estas capacidades (Masten y Curtis, 2000; Rodrigo, Máiquez, Martín y Byrne, 2008; Rodrigo, Martín, Cabrera y Máiquez, 2009; Sallés y Ger, 2011; Waters y Sroufe, 1983). Para ser padres competentes, se deben cubrir las necesidades nutritivas, educativas, socializadoras y de protección y resiliencia. Para cubrir estas necesidades planteadas por Barudy y Dantagnan (2010), autores como Rodrigo et al. (2008) exponen una serie de habilidades que deberían estar presentes en una parentalidad competente y concretan las competencias en cinco grandes bloques: el de Competencias Educativas, de Agencia Parental, de Autonomía personal y Capacidad de búsqueda de apoyo social, de Habilidades para la vida personal, de Habilidades para la organización doméstica. En cuanto al estilo de crianza de los maltratadores, en distintas investigaciones, se ha observado que el estilo de crianza de los hombres que han cometido actos de violencia hacia sus parejas es el tipo conocido como tradicional, es decir, autoritario y controlador, negligente y verbalmente abusivo hacia la crianza del niño (Bancroft, 2002; Fox y Benson, 2004; Margolin, John, Ghosh y Gordis, 1996; Stover, Easton y Mcmahon, 2013). Estos hombres son estrictos, esperan ser obedecidos sin dudar y no aceptan críticas, consejos o cualquier resistencia por parte de su familia (Adams, 1992; Bancroft y Silverman, 2002b; Veteläinen et al., 2013). Estos padres normalmente sólo participan en actividades divertidas (Eriksson, 2003) visibles externamente que les ayuda a construir una reputación de ser un buen padre (Bancroft y Silverman, 2002b) esperando que la madre se encargue de las tareas desagradables. Mathews (1995) afirmó que los padres violentos se centran más en los aspectos de control del castigo que en los aspectos de enseñanza de la disciplina. La violencia permite al padre mantener el control sobre los demás miembros de la familia y, si su voluntad no es obedecida, posiblemente se sienta justificado en cometer actos de violencia (Ayoub et al., 1991). Además, los padres violentos pueden interpretar el comportamiento de sus hijos como impulsivo o terco (Fox y Benson, 2004), justificando el uso de la paternidad basado en el control como un intento de educar o formar el carácter del niño (Perel y Peled, 2008). A pesar de ello, Perel y Peled (2008) descubrieron que los hombres violentos que se basaron en una paternidad tradicional sentían frustración y decepción con su estilo de crianza y ambicionaban una conexión más profunda con sus hijos, pero al mismo tiempo sentían limitaciones en sus esfuerzos por convertirse en un "buen padre". Las esposas se consideraron una restricción sobre la paternidad de los hombres dominando el "espacio de los padres", lo que les dejaba un espacio mínimo para funcionar, por lo que el papel más importante que queda para ellos es el del castigador. Puesto que las razones de toda investigación residen en el interés y la utilidad que suscita dicho estudio, tanto a nivel académico como aplicado, el objetivo general que se plantea en esta investigación es entender la experiencia de la paternidad de hombres penados por violencia de género (que en la actualidad tienen hijos o son padres potenciales) que se encuentran realizando el Programa Contexto de intervención con maltratadores, así como su visión sobre las capacidades que poseen para ejercer de manera adecuada su rol de padre en comparación con la visión de los profesionales que trabajan realizando dicha intervención. Los objetivos específicos de la investigación que se plantean son: Objetivo 1: Analizar cómo se valoran los hombres penados por violencia de género que participan en el Programa Contexto en su función como padres. Se trataría de responder a cuestiones tales como ¿qué significa la familia para los agresores? y ¿cómo hablan sobre la paternidad los agresores? Objetivo 2: Analizar si los agresores consideran que disponen de habilidades para una parentalidad competente. Es decir, ¿los usuarios del Programa Contexto creen poseer las características necesarias para ejercer un adecuado y eficaz rol paterno? Objetivo 3: Valorar cuál es la percepción que tienen los maltratadores a cerca de la relación que tienen con sus hijos tras ejercer la violencia de género. Se trataría de responder a la cuestión ¿cómo ha cambiado la relación entre padre e hijo/a tras el episodio de violencia de género? Objetivo 4: Analizar qué nivel de afectación creen los maltratadores que han sufrido sus hijos/as a causa de la violencia de género ejercida. ¿Cómo integran estos hombres maltratadores la paternidad y su historia de violencia? Objetivo 5: Examinar si existen diferencias significativas entre la autovaloración que hacen los maltratadores de sus habilidades parentales y las valoraciones hechas por los profesionales. Es decir, ¿los profesionales que trabajan en los programas de intervención con maltratadores creen que los usuarios poseen las características necesarias para ejercer un adecuado y eficaz rol paterno? y ¿existen diferencias entre la percepción de usuarios y profesionales? Objetivo 6: Analizar cuáles son los cambios o mejoras en la paternidad observados por los profesionales tras la realización del Programa Contexto; ¿Qué capacidades observan a la hora de educar a los hijos antes y después del Programa Contexto? Para responder a los objetivos planteados, se ha seguido un diseño descriptivo y exploratorio, ya que éste permite a los investigadores acercarse a fenómenos poco conocidos sobre los que hay impedimentos para su estudio desde un diseño cuantitativo o porque la escasez de casos, la expresión o el desarrollo de un acontecimiento, no se puedan investigar si no es a través de entrevistas, observación, etc. (Suárez et al., 2013). El Programa Contexto es un programa de intervención comunitaria para delincuentes de violencia de pareja, implementado en la Universidad de Valencia, España. El diseño del programa como recurso de intervención se inició en Enero de 2006 tras una serie de reuniones con la dirección del Centro de Inserción Social de Valencia, exponiendo como principal objetivo el tratamiento psicosocial de hombres penados por violencia de género para posibilitar el cambio comportamental y actitudinal hacía la mujer y prevenir conductas violentas contra futuras pareja e hijos (Lila et al., 2010). Para poder mostrar las experiencias de los maltratadores desde diferentes perspectivas, se utilizaron los grupos focales como método de recopilación de datos. Una vez decidido el método para extraer los datos, se resolvió utilizar para los participantes maltratadores una técnica de muestreo intencionado, disponiendo finalmente de toda la población del Programa Contexto durante la recogida de datos entre 2015 y 2016. En el caso de los profesionales, también se llevó a cabo un muestreo intencional tanto de los profesionales en activo durante la recogida de datos, como algunos que en la actualidad no se encontraban trabajando en el Programa Contexto. Basando la elección del procedimiento de análisis en los objetivos del estudio, se eligió un análisis de contenido temático (Braun y Clarke, 2006) como método de análisis más adecuado. El análisis de contenido temático se utiliza para interpretar el contenido de los datos a través de un proceso sistemático teniendo como objetivo describir las experiencias y creencias de los usuarios y profesionales del Programa Contexto sobre la paternidad y competencias parentales buscando resultados más significativos que representativos. Este método se utiliza a menudo cuando la literatura de investigación en el área es limitada (Hsieh y Shannon, 2005) como ocurre en este caso concreto. La utilización del muestreo intencional (característico de la metodología cualitativa), exigió a la investigadora que se posicionara en la mejor situación para recoger la información relevante y poder responder a las preguntas de investigación planteadas (Andréu, 2001). Finalmente, para garantizar la cantidad [saturación (Strauss y Corbin, 1998), redundancia (Lincoln y Guba, 1985) o estado en el que no hay más información novedosa sobre un tema] y la calidad (riqueza) de la información para dar respuesta a la pregunta de investigación (Suárez et al., 2013), se resolvió utilizar a toda la “población” de hombres a los que se les ha suspendido la condena de privación de libertad por un delito de violencia contra la mujer con la condición de participar en el Programa Contexto de intervención con maltratadores, entre los años 2015 y 2016, derivados por los Servicios Sociales Penitenciarios de la Comunidad Valenciana. La muestra de usuarios está formada por 42 hombres penados por violencia de género que se encontraban en tratamiento entre el año 2015 y 2016 en el Programa Contexto, con una media de edad de 40.35 años, con edades comprendidas entre los 19 y 68 años de edad. El estado civil predominante es soltero o divorciado frente a 10 usuarios que refieren estar casados o tener pareja estable. En cuanto al nivel educativo, 23 de ellos habían cursado estudios básicos (Graduado Escolar), 10 de los usuarios estudios secundarios (Bachillerato y Formación Profesional) y 8 habían realizado estudios universitarios. En el momento de la recogida de datos la situación laboral de 26 de los usuarios era en activo, mientras que 18 de ellos se encontraban en situación de desempleo, jubilación o pensionista. En cuanto al porcentaje de usuarios que tienen hijos, alcanzan un 78.1%, de los cuales, un 80.5% son menores de edad y de ellos, el 28.2% fue testigo de la violencia ejercida sobre su madre. El tipo de violencia que más han ejercido los usuarios ha sido la física (53.7%) o física y psicológica (26.8%). Además, actualmente la mitad de los usuarios (50%) tiene un régimen de visitas con sus hijos cada 15 días o días festivos frente a un 31.3% que ostentan una guarda y custodia compartida o monoparental. El resto no tiene contacto alguno con sus hijos. La muestra de profesionales que trabajan o han trabajado en el Programa Contexto está formada por 14 mujeres y hombres de entre 25 y 53 años, siendo la media de edad de 32.6 años. De los 14 participantes solo 2 son varones. Esto es debido a que la proporción de profesionales mujeres involucradas en el Programa Contexto siempre ha sido muy superior al de hombres. En cuanto a la formación de los participantes, un 28.5% son Licenciados o Graduados en Psicología y un 57.2% además han realizado Másteres en las áreas clínica, social y/o jurídica. El 14.3% tenían formación en otras especialidades como Enfermería y Trabajo Social. Con respecto al trabajo desarrollado dentro del Programa Contexto, el 85.7% realizaban labores de colaborador hasta convertirse en coordinador de grupo junto a otro compañero con las mismas funciones, realizando la intervención terapéutica con los maltratadores. Por otro lado, el 14.3% de los participantes realizaban labores de supervisión y dirección de los coordinadores y colaboradores, apoyando e instruyendo a los profesionales para la óptima realización del Programa. El 64.3% cuenta con entre 1 y 4 años de experiencia en el trabajo con hombres penados por violencia de género. El 21.4% entre 5 y 10 años de experiencia, lo que indica que se encuentran trabajando en el Programa Contexto desde sus inicios, correspondiendo a los profesionales que supervisan y dirigen a los coordinadores. Y sólo el 14.3% lleva menos de 12 meses. La técnica de focus group actualmente es una de las técnicas más utilizadas en la investigación cualitativa para obtener y analizar datos, ampliamente difundida en diversos ámbitos como la investigación en psicología, otras disciplinas científicas (sociología, educación…) y ámbitos no científicos (estrategias de marketing) (Juan y Roussos, 2010). Autores como Morgan y Krueger (1998) lo definen como una técnica de investigación cualitativa consistente en la celebración de reuniones de grupos de entre 4 y 12 personas, seleccionadas de acuerdo con criterios determinados, para que sostengan una conversación lo más espontánea posible acerca de unos temas que el moderador les va presentando. En esta investigación se siguió el modelo de focus group propuesto por Krueger (2006a) llevando a cabo las sesiones con 5 grupos de usuarios de entre 6 y 10 participantes por grupo y 2 grupos de coordinadores de 5 y 9 profesionales, ya que un número mayor de participantes dificultaría una adecuada comunicación y un número menor sería insuficiente para saturar las relaciones que deben establecerse (Ibáñez, 2003). Posteriormente, sobre los datos extraídos de los focus group se llevó a cabo un análisis de contenido temático, a través del que se han extraído del discurso de los agresores 10 categorías principales con sus respectivas subcategorías que han dado lugar a 3 niveles temáticos que recogen la experiencia de la paternidad en los maltratadores desde varias áreas. El primer nivel recoge los principios sobre los que se construye la paternidad de los maltratadores: lo que significa la familia y ser padre, la importancia de ser buen padre, la percepción sobre la educación recibida de los padres, así como las características de personalidad que se atribuyen. El segundo nivel recoge la visión de los maltratadores sobre la práctica parental que llevan a cabo con sus hijos, recogiendo el estilo educativo que se asignan, así como las pautas educativas que utilizan con sus hijos, el nivel de importancia que creen que tienen los padres en el desarrollo de los hijos, y el tipo de relación que mantienen con ellos. El tercer nivel, refleja las consecuencias que creen que la violencia de género ha tenido, concretamente el impacto que ha tenido sobre los hijos. En el caso del discurso de los terapeutas, se han hallado once categorías principales con sus respectivas subcategorías que forman 4 niveles temáticos. El primer nivel recoge los principios sobre los que se construye la paternidad de los hombres violentos contra las mujeres según la percepción de los profesionales; el segundo nivel recoge la visión de los profesionales sobre la práctica parental que llevan a cabo los participantes del programa; en tercer lugar, las consecuencias que la violencia de género ha tenido respecto a la paternidad de los usuarios y finaliza con un cuarto nivel en el que se recoge el impacto que ha tenido la intervención en los maltratadores a nivel paterno, así como las experiencias profesionales del trabajo con los hombres penados por violencia de género. Los resultados obtenidos ponen de manifiesto la influencia que todos los niveles del Modelo Ecológico de Heise (1998) tienen sobre la paternidad y las competencias parentales en los hombres que ejercen violencia contra las mujeres. Concretamente se observa como el Macrosistema sigue trasmitiendo a través de la socialización, roles masculinos y femeninos tradicionales y rígidos, la eficacia del uso de la fuerza en la resolución de conflictos o los mitos sobre la violencia que culpabilizan a la víctima entorpeciendo la asunción de responsabilidad de los agresores. También se observa en los discursos de los participantes como el Exosistema y las creencias aprendidas en el Microsistema (Carlson, 1984) normalizan la violencia y un rol masculino tradicional (Krug et al., 2003). A través de esta investigación se ha comprobado que, los hombres que tienen una suspensión de condena privativa de libertad, permutada por la participación en el Programa Contexto de intervención con maltratadores, se valoran como buenos padres y con adecuada capacidad para ejercer su rol paterno. Esta visión adecuada de la propia paternidad en casi todos los niveles, en ningún momento tiene en cuenta la violencia de género ejercida sobre la madre de los menores, la cual tienden a separar por completo del rol parental (Veteläinen et al., 2013). Se observa también, coincidiendo con Canfield (1996), que existen importantes brechas entre lo que los padres maltratadores consideraban importante para una buena paternidad y la valoración de su desempeño real realizada por los profesionales, ya que los maltratadores tienden a exagerar o no ajustarse a la realidad que viven, tendiendo a enfatizar características que creen ser adecuadas pero que no lo son. En general se aprecia en los maltratadores conocimiento teórico de las habilidades y competencias parentales adecuadas (congruente con el momento terapéutico en el que se encuentran dentro del programa), pero en general, no adquiridas de manera funcional y adecuada. A pesar de que las conocen, no son suficientemente conscientes de que no las poseen. Dicha autovaloración excesivamente positiva y poco ajustada a la realidad, parece estar influenciada por la falta de asunción de responsabilidad del hecho delictivo, así como por la frustración y sensación de injusticia por haber sido apartados de la vida de sus hijos, siendo en general, capaces de entender el nivel de afectación que han tenido los hechos delictivos perpetrados en sus hijos. También se comprueba que tras la violencia la relación entre padre e hijo empeora perdiendo especialmente cantidad de tiempo compartido. No consideran a sus hijos víctimas de la violencia de género ejercida puesto que no muestran asunción de responsabilidad. Por otro lado, las diferencias entre la visión de los profesionales y los agresores son muy significativas en los aspectos parentales y las consecuencias de la violencia sobre los hijos. Y finalmente los profesionales observan algunos cambios y mejoras sustanciales en el ámbito paterno tras la intervención que necesitan de un seguimiento y afianzamiento a través de recursos especializados una vez finalizan el Programa Contexto.