Historia de la ópera en Valenciala monarquía de Alfonso XII
- Torner Feltrer, Fernando
- Ramón Almazán Hernández Directeur/trice
- Francisco Carlos Bueno Camejo Directeur
Université de défendre: Universitat de València
Fecha de defensa: 17 décembre 2015
- Jose María Morillas Alcázar President
- José Salvador Blasco Magraner Secrétaire
- Rosa Iniesta Masmano Rapporteur
Type: Thèses
Résumé
La Historia de la Ópera en Valencia, durante la monarquía de Alfonso XII, es un periodo lleno de vicisitudes y claroscuros, con más sombras que luces. Es el reflejo de políticas empresariales teatrales timoratas, lastradas en buena medida por los arrendamientos del Teatro Principal. Éstos, que a menudo se resolvían para una anualidad, impedían que los empresarios contratasen con la suficiente antelación a los cantantes y las compañías. No hubo nunca en Valencia un genuino empresario de ópera, ni tampoco una troupe operística estable, como las compañías de Mapleson y Gay en el Reino Unido. La mentalidad de los arrendatarios contemplaba la ópera como un espectáculo más, sin la necesaria especialización dedicada al teatro lírico. El recurso sistemático al bolo acarreó una serie de consecuencias nefastas para la calidad del evento operístico. Óperas que se preparaban con excesiva premura y escasez de ensayos, contrataciones improvisadas de cantantes para sustituir las enfermedades de otros, repertorios repetitivos y pocos estrenos. Tan sólo dos óperas se estrenaron en Valencia de manera absoluta: “Mignon” y “Aida”. La miopía inversora de los empresarios determinó que obrasen con racanería en las plantillas canoras, en los efectivos instrumentales y en la renovación de las vetustas escenografías, con lo cual la calidad artística de la representación operística se resentía aún más. La única preocupación empresarial era que la función y la temporada de ópera se celebrase, para así cumplir con lo estipulado por la Diputación de Valencia, en el caso del Teatro Principal. Las contrataciones realizadas con escaso margen de tiempo, cuando los grandes coliseos nacionales e italianos ya habían organizado sus temporadas, determinó que se navegase siempre al pairo del Teatro Real de Madrid y el Liceo de Barcelona, amén del Teatro Alla Scala de Milán. En muchas ocasiones, los cantantes contratados eran artistas de segunda o tercera fila que, por no alcanzar una calidad que sobrepasase la mediocridad, tenían menos compromisos contractuales. Para los terceros papeles, se recurría a las voces valencianas, a menudo noveles, un rasgo éste comprensible, pues buena parte de los teatros de ópera en la actualidad también hacen lo mismo, cuando quieren abaratar los costes, al tratarse de unos cachettes más bajos. El tránsito de las compañías, si sobrevivían tras el bolo, incardinaban a Valencia en un circuito regional, de segundo rango: Zaragoza, Valladolid, Alicante, Murcia, Alcoy. El resultado de todo ello son las temporadas mediocres, cuando no calamitosas, que los críticos musicales valencianos no se cansaban de reflejar en sus textos periodísticos. Pero no sería justo hacer un balance de la vida operística valenciana sin reconocer las luces de la misma. La época de la monarquía de Alfonso XII albergó las brillantes temporadas en que actuó Julián Gayarre, un oasis en medio de este desierto gris, anodino. Las actuaciones del divo navarro deslumbraron a la crítica y al público. Las comparecencias de Gayarre es el hecho más relevante de la vida operística valenciana, desde el punto de vista canoro; hasta el punto que la ópera en Valencia durante la monarquía Alfonsina irá siempre indisolublemente asociada al tenor de Roncal. Brillante fue también la temporada en que cantó Anna Romilda Pantaleoni, con el estreno de “Mignon”, las actuaciones de Abruñedo y Uetam, con el estreno de “Aida”, y la rutilante presencia del tenor palermitano Roberto Stagno. Valencia continuó siendo una plaza fuerte de la ópera italiana. Nunca dejó de serlo. Los aficionados valencianos compartieron la omnipresente presencia de Verdi y los belcantistas, especialmente Donizetti. Pero todavía durante esta época pudieron contemplar las excelencias de Meyerbeer y la Gran Opéra francesa. El conservadurismo del público valenciano, unido a la estrecha visión empresarial, impidió que la ópera española tuviese en el Teatro Principal un proscenio en donde tuviese cabida. Estos factores explican también el retraso en la implantación de la ópera wagneriana, que brilló por su ausencia. El Teatro Principal sostuvo prácticamente en solitario la vida operística de la ciudad. Sólo en las postrimerías de la década 1875-1885, el Teatro Apolo comenzó a disfrutar de una temporada de ópera con un mínimo número de representaciones. Es el anticipo de una actividad operística que iría in crescendo, durante la Regencia de María Cristina de Habusburgo-Lorena y la monarquía de Alfonso XIII. Afortunadamente, Valencia tuvo mejor suerte que otras ciudades españolas, en donde la ópera cayó en un profundo letargo. En este sentido, la ópera resistió el empuje de la zarzuela en la ciudad del Turia, aunque haya que agradecérselo a las condiciones contractuales de la Diputación de Valencia, y pese a que las circunstancias de la celebración de los eventos operísticos fueren, en muchos casos, lastimosas. Es la paradoja de los arrendamientos del Teatro Principal. Por fortuna, hoy en día Valencia dispone de un coliseo específicamente dedicado a la ópera. Esperemos que su vida sea larga y venturosa.